- ¿Qué haces aquí si ya se fueron las ballenas?
- Vine a ver la sal.
Todos se preguntan lo mismo. La pregunta es obligada. Todos llegan aquí por las ballenas. Cada año, miles de ballenas grises recorren más de 10,000 kilómetros desde el Ártico hasta las aguas tibias y serenas del Pacífico mexicano para aparearse y dar a luz. De enero a abril, en las lagunas fértiles de San Ignacio y Ojo de Liebre que forman parte de la bahía de Sebastián Vizcaíno, tiene lugar una explosión de vida marina única en el planeta. En el transcurso de estos meses nacen más de mil ballenatos y la región se convierte en uno de los sitios de avistamiento más privilegiados del mundo. A los cetáceos se le suman cientos de especies de aves migratorias que viajan desde diversos rincones del mundo para beneficiarse de las condiciones climáticas y geológicas de la región. Durante la temporada, la oleada de cientos de turistas, ecologistas y biólogos de todo el mundo provoca que resulte más sencillo ver una ballena gris que conseguir una habitación en alguno de los moteles que se encuentran a lo largo de la única avenida. Ahora, el pueblo se encuentra desolado. Yo no vine a eso. Yo vine a ver la sal.
Los locales saben que este lugar no siempre fue así. Hace más de cien años, estas mismas aguas se convertían en un baño de sangre durante el invierno debido a la brutal y desmedida cacería de cetáceos con fines comerciales e industriales. La codicia de los arponeros y el mercado del aceite fue tal que en algún momento parecía inminente la desaparición total de la ballena gris. Sin embargo, aquellos tiempos dejaron un legado importante. En 1858, un barco ballenero americano encalló en el bajo de la entrada de la laguna. Rápidamente, los restos se convirtieron en un referente para los pescadores y comerciantes de la zona, quienes bautizaron a la laguna con el nombre de la embarcación, “Black Warrior”. Abundan las versiones alternas de esta historia y es común escuchar a los locales especular sobre el origen y las actividades del navío.
La población adoptó su nombre actual de manera oficial hasta la fundación de Guerrero Negro en 1954 cuando Daniel Ludwig, un empresario norteamericano, vio el potencial que tenían los salitrales del lugar. Con apoyo del entonces Presidente Adolfo Ruíz Cortines, instaló una salina que en principio tendría el objetivo de abastecer la demanda de sal de toda la costa oeste de los Estados Unidos. En 1975, la salina pasó a manos del gobierno mexicano y la empresa se convirtió en la más grande de su tipo en el mundo. La zona desértica donde se ubica, con escasa precipitación pluvial combinada con viento y alta radiación solar sobre un antiguo piso marino constituye un ambiente perfecto. 88 mil hectáreas, 8 millones de toneladas y 160 millones de dólares al año. Desde entonces, todo lo que hay aquí tiene que ver con la sal.
- Aquí no pasa nada.
No es fácil llegar a este lugar. El territorio que divide a la península de Baja California es la región con menos densidad humana de México. Pero más allá de la riqueza del mar y de la biosfera del Vizcaíno, la diversidad en términos de personajes es igualmente sorprendente. Aquí es posible dar con por lo menos un representante de cada uno de los 32 estados del país, además de la comunidad de extranjeros con diversas nacionalidades que van y vienen, pasando temporadas hospedados en la colonia que fue construida para alojar a los empleados y clientes de la exportadora de sal. Japoneses, coreanos, chinos, gringos y canadienses se convierten en habitantes flotantes de la localidad, frecuentan los escasos puestos y restaurantes (carnitas de Michoacán, barbacoa de Hidalgo, tortas ahogadas de Jalisco, tacos “Estilo DF” y cabrito norteño…) mientras protagonizan historias efímeras que se suman al archivo del imaginario local. La enorme mayoría de las anécdotas que de ellos cuentan los locales comienzan con “qué raro…” o “qué chistoso…” sin reparar en que es el lugar en sí que resulta raro y peculiar.
Casi nadie es de aquí y casi nadie ha salido de aquí. Sin embargo, si en algo coinciden todos los negroguerrenses es que aquí no pasa nada. No hay cine, no hay teatro, no hay conciertos, hay pocos bares o cantinas y más allá del partido de béisbol ocasional en el estadio de los Salineros, es verdad que no hay mucho que hacer. Para aquellos que nacieron dentro de un paisaje que parece escenario de una película de ciencia ficción, que han visto miles de ballenas y que están acostumbrados a convivir con algunas de las especies de aves más exóticas del mundo… aquí no pasa nada. Pero los tiempos cambian. Se acerca el 60 aniversario de la exportadora de sal y todos los empleados de la empresa más los 13 mil habitantes del pueblo están invitados al estadio. Hace más de una década que vinieron los Tucanes de Tijuana. Esta será la primera vez que viene la lucha libre a Guerrero Negro. No se habla de otra cosa.
Yo vine a ver la sal.
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